domingo, 30 de agosto de 2009

Solo por amor


-No sabría cómo definirlo. Desde el principio mismo de nuestra relación las cosas se fueron dando naturalmente, casi sin buscarlo. Fue en este mismo bar, hace ya casi... ¿cuatro meses? Parece mentira que haya pasado tanto tiempo desde el día en que Melina, una amiga en común, nos presentó. Gabriel nunca fue lo que se dice “el hombre perfecto”. Yo diría sin temor a equivocarme que es todo lo contrario. Veintipico, estudiante de Bellas Artes, bastante vago aunque inteligente, y para ser sincera, poco atractivo desde el punto de vista físico. Pero ninguno de los dos buscaba algo serio, por lo que pasar buenos momentos era el mayor compromiso entre nosotros. Entonces realmente no existían problemas, a diferencia de lo que sucede ahora. Me entiende, ¿no?
-Sí, señorita. La estoy escuchando...
-Bien, ahora le voy a contar cómo todo se fue complicando. Resulta que el muy turro la jugaba de callado, y me engañaba. O sea, lo nuestro podría ser definido como una transa, pero igual yo le había planteado desde el vamos que si otra persona aparecía, no lo íbamos a ocultar. A ver si queda claro, ninguno de los dos sentía nada por el otro. Era cuestión de piel nomás, teníamos buena química, pero nada más. Igual, no daba para arruinar lo nuestro de la forma en que él lo hizo. Porque si hay alguien que tiene la culpa, ese es Gabriel. Yo... bueno, no me mire así, ¿qué piensa?
-Me parece que, no sé bien qué le hizo este muchacho, pero creo que usted no debería reaccionar de esta manera. No lo tome a mal, pero los clientes la están mirando feo, y afuera...
-¡Bah!, no se preocupe, cuando él llegue todo se va solucionar. Mientras tanto, le voy a contar lo que pasó cuando lo descubrí. Una noche quedamos en encontrarnos acá para salir después. Yo andaba por el barrio y llegué al bar bastante antes de la hora prevista. Desde la otra esquina lo vi, en esta misma mesa, tomando un café con otra. Junto a la ventana, muy cariñosos, agarrados de la mano y todo. Al rato se despidieron con un apasionado beso. Ella salió y él miró su reloj. Claro, todavía faltaban quince minutos para vernos. Yo estaba en la vereda opuesta, observándolos sin que ellos se dieran cuenta. ¿Usted, que hubiera hecho?
-Mire, yo no sé... ¿porque no se calma un poco? No hay necesidad de seguir con esto...
-¡Cállese! Ustedes también, quédense en sus lugares y déjenme terminar mi historia. ¿Dónde estaba? ¡Ah!, en lugar de presentarme y encararlo ahí nomás, la seguí a ella. Mirándola bien, no era gran cosa... flaca, un poco más joven que yo, pero nada más. No vive muy lejos tampoco. Una vez que la vi entrar en su casa, me vine para acá y le inventé una excusa cualquiera por la tardanza. Hablamos como si nada y en un momento dado, se puso serio y me dijo que quería terminar conmigo. No me lo esperaba, pensé que su intención era jugar a dos puntas. Pero no, lo reconoció. No fue algo planeado, me dijo. ¡Se había enamorado! O eso llegó a creer él, estando confundido. Porque ella lo hizo dudar.
Y así llegamos a hoy. ¿Sabe una cosa? No me importa nada, ni los patrulleros policiales que tienen rodeada la cuadra, ni todos los clientes del bar que tomé de rehenes. Si él no se presenta los mato a todos. Sé usar muy bien este revólver y tengo muchas balas, ¿sabe?. Mozo, ¿qué le pasa?
-Pienso en la mujer, pobre, no merecía lo que le hizo.
-¿Ella?, ya fue. Que la policía haya encontrado el cuerpo complicó todo, lo admito. Pero cuando Gabi llegué hasta acá me agradecerá que la haya matado. Me mirará a los ojos y al verme se dará cuenta de que realmente nos amamos. Sólo por amor yo llegué a hacer todo esto. Lo entenderá. Me besará y seremos felices por el resto de nuestras vidas, ya verá.

Publicado en revista La Puerta Nº 165 – Octubre, 2006
Mariano Sicart (2000)

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