domingo, 30 de agosto de 2009

Mala noche


Hacía tiempo que la noche se había dejado caer sobre la ciudad, habían pasado las nueve cuando entró al bar. Sólo algunos habituales clientes de esos que nunca pagan y el polaco detrás de la barra, como siempre. Se sentó en la mesa que da a Santa Fe y pidió una cerveza. Una mirada a la calle vacía de todo movimiento bastaba para desalentar a cualquiera, pero no a él. ¿Qué más podía pasarle ese día?. A comparación de sus problemas, nada era demasiado importante, llegó a pensar mientras tomaba un pucho del atado. En eso estaba cuando dos canas con cara de pocos amigos entraron. Afuera, el patrullero estacionado sobre la esquina desentonaba entre la oscuridad de la cuadra.
El polaco dejó la cerveza sobre la mesa mientras por lo bajo le aconsejó que se apurara. Las cosas podían llegar a complicarse, previno. Sin embargo, permaneció sentado, mirando como quién no quiere la cosa a los policías que interrogaban a vagos, timberos, prostitutas y ocasionales jugadores de pool de las mesas del fondo, sin dar con las respuestas que buscaban. Uno de ellos caminó en dirección a él, que instintivamente deslizó su mano derecha hacia el interior del pantalón, a la altura de la cintura. Los dedos se fueron acomodando lentamente en la empuñadura del treinta y ocho, que sintió más frío que de costumbre. No se alteró en lo más mínimo, estaba dispuesto a todo.
-¿Tenés fuego?- le preguntó con gesto inquisitivo el oficial.
No contestó, sólo atinó a subir rápidamente su mano hasta el bolsillo de la camisa y sacar el encendedor, esquivando la mirada del policía al alcanzárselo.
-Gracias, seguro no sabés nada de lo que pasó hoy en el barrio, sino no estarías tan tranquilo, ¿eh?- increpó nuevamente el agente.
-No, no soy de por acá-, se limitó a responder, apurando el primer vaso.
-Parece que un tal Rodríguez bajó de un tiro en la cabeza al fiolo de la Yuli, una trola del cabaret de acá a la vuelta, en un ajuste de cuentas. ¡Mirá si te vas a meter en quilombos por semejante puta, loco! Hay cada boludo dando vueltas- deslizó con un dejo de ironía sin dejar de mirarlo, dando la primer pitada al cigarrillo que acababa de encender.
-Sí- contestó sin expresión alguna, sirviendo distraídamente el vaso vacío.
-Lo peor de todo es que la mina palmó hace un par de horas, sobredosis parece. No tenemos muchos datos del tipo, pero creemos que todavía anda por la zona, así que vamos a tener que peinar el barrio de arriba a abajo. Es lo que hacemos ahora- explicó el oficial, devolviéndole el viejo encendedor de metal.
No supo bien qué hacer, acababa de enterarse que la mujer que amaba con locura, y por la que había llegado incluso a matar, ya nunca volvería a estar con él. Por un momento pensó en confesar todo al policía y entregarse, pero no tuvo tiempo.
-Bueh, Daniel, vamos. Ya revisé el lugar y parece que nadie sabe nada. Tenemos más boliches que allanar- comentó a desgano el sargento, cerrando la puerta de entrada del bar y ganando la vereda con rumbo al móvil.
-Voy, Adrián- respondió su compañero despidiéndose, sin saberlo, de la persona que estaban buscando, para perderse tras los pasos de su superior.
El patrullero se internó en la oscuridad a gran velocidad.
-Tuviste suerte de que no te reconocieran, negro, pero vas a tener que borrarte por un tiempo- le comentó el polaco acercándose a su mesa, visiblemente asombrado.
Sin decir nada, dejo un billete bajo la botella semivacía y abandono el lugar. El frío era intenso, por lo que abotonó su saco y comenzó a caminar con rumbo incierto. Era una mala noche.

Publicado en revista La Puerta Nº 166 – Noviembre, 2006
Mariano Sicart (1999)

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