domingo, 30 de agosto de 2009

Llorando en el espejo


A veces, él se deja ver. O, lo que es lo mismo, me permite observarlo. Son momentos breves, en los que la duda guía sus preguntas y no consigue dar con las respuestas que tanto ansía. Entonces suele reprocharse a sí mismo por no haber actuado ante una determinada situación como debía hacerlo, renegando de su consabida timidez, o simplemente elige resignarse y dejar que todo siga su curso sin preocuparse demasiado por lo que pueda pasar. Baja la guardia, supongo, y su debilidad es tal que puedo sentirla como propia. Ahora es uno de esos instantes, los que de tanto en tanto logran inquietarlo. Como dije, lo veo, pero él pretende no devolverme la mirada. Aleja su rostro sin la menor intención de contemplarme. ¿Acaso no le agrada lo que ve? Tal vez.
Abandona el baño de hombres y vuelve a su mesa. Sirve cerveza en su vaso y comienza a hojear el diario del día. Sus dedos recorren las páginas con rapidez, repasando los titulares de las noticias. Rara vez se detiene ante el contenido de los artículos. Y sin embargo, no ignora lo feliz que sería teniendo la oportunidad de sentir esa adrenalina constante que genera el trabajo en una redacción. El vértigo de escribir contrarreloj, la expectativa de salir a la calle buscando información, el contacto con la gente y sus problemas. Pero ahora está del otro lado, y disfruta del hecho de poder seleccionar lo que va a leer. Entonces separa del cuerpo principal del matutino los suplementos Espectáculos y Deportes, alguien en una mesa vecina lo nota y le solicita el resto. Responde al pedido y vuelve a su lectura.
Poco dice el suplemento deportivo acerca del equipo de sus amores. Es miércoles y no hay demasiadas novedades más allá del entrenamiento del día anterior. Sin embargo, esas escasas líneas con declaraciones de los jugadores y el D.T. sobran para ilusionarlo de cara al partido del domingo. Efímera pero imprescindible sensación, puesto que cuando alza la cabeza luego de haber llegado al final de la nota, recuerda el mal momento por el que su club atraviesa y la realidad vuelve a atraparlo. De Espectáculos solo rescata un anticipo sobre una película próxima a estrenarse en los cines de la ciudad, que quizá vaya a ver.
Apura el último vaso de cerveza y piensa en el mundo. Aquél que el periódico describe parcialmente haciendo hincapié en los sucesos nefastos que a diario acontecen aquí y allá, comunicación mediante, sin límite de tiempo o distancia. La historia se repite inexorablemente, como una película vista ya demasiadas veces para inquietarse. Aún así, sabe que todavía hay cosas que lo emocionan, no ha perdido del todo esa capacidad. Eso lo hace sentir vivo. El mundo también lo está, se dice para sí como necesitando confirmarlo. Pese a todo. Aunque la vida no tenga el menor sentido y la humanidad juegue a encontrárselo de manera equivocada. Existir como sinónimo de presencia y la muerte como su contracara, la ausencia. Dicotomía que al pensarse dispara como por adyacencia la reflexión acerca de la felicidad y la tristeza. O, lo que es lo mismo, el amor y la soledad.
Evalúa eso cuando sus ojos abandonan el lugar, perdiéndose en la cotidianeidad que depara la calle, a través de la perspectiva que ofrece una de las ventanas. De entre quienes circulan por esa esquina, llaman su atención tres personas. Una joven pareja (que estima de su misma edad) caminando abrazados y hablando animosamente, y en la vereda opuesta, un hombre entrado en años con gesto apesadumbrado que se dispone a cruzar la calle en dirección al bar.
No es casual que haya elegido observar a esa gente, tampoco el hecho de que vuelva a considerar la cuestión que ocupa sus pensamientos y se sienta más cerca del anciano que de los jóvenes. Se pregunta ahora sobre su futuro, y no le agrada la conclusión a la que arriba. Abandona la mesa, se acerca a la barra y paga su consumición. Vuelve al baño y se quita los anteojos ante el espejo. Esta vez, nos miramos con franqueza. Comienza a llorar y lo entiendo, más no puedo hacer nada. Soy su imagen, su reflejo.

Publicado en revista La Puerta Nº 162 – Julio, 2006
Mariano Sicart (2004)

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